Para cada cosa que se hace, hay dos formas diferentes de hacerla: bien o mal. O te pasas o no llegas. Lo que no sale bien, no sale bien por una de estas dos razones: o bien no se llega hasta el punto idóneo o bien el punto idóneo se sobrepasa. Cada cosa que se hace sólo puede salir bien si se consigue encontrar el punto medio entre los dos extremos -el extremo por exceso y el extremo por defecto- con el que consigamos centrar nuestra conducta. Como el punto medio sólo es uno, y es el punto en el que nuestra conducta está centrada, luego es correcta, sólo existe una forma de acertar, de actuar bien y de adoptar un comportamiento correcto ante cualquier situación. Ahora bien, como entre el punto medio y los dos extremos existe una cantidad infinita de puntos, existe también una cantidad infinita de posibilidades de hacer las cosas fatal. Si aplicamos este principio a las relaciones humanas todavía nos encontramos con una dificultad añadida: el punto medio es diferente en cada persona. Lo que para una persona es un punto medio, para otra es un punto situado entre el punto medio y uno de los extremos, así, lo que para una persona es correcto, para otra puede llegar a ser ofensivo o molesto. A partir de aquí debemos ser respetuosos y comprensivos con la incomodidad que otra persona pueda mostrar hacia nuestro comportamiento: primero, porque las posibilidades de que nuestro comportamiento sea incorrecto, según nuestros propios parámetros, son muchísimas; y segundo, porque, aunque, para nosotros, nuestro comportamiento sea perfectamente correcto (algo muy dificil y que requiere mucha práctica, autocrítica y autodisciplina) puede ser incorrecto según los parámetros que la otra persona pueda tener sobre la corrección o incorrección del comportamiento. Solución: ante todo respeto.
(Reflexión a partir de la doctrina arístotélica del comportamiento expuesta por Aristóteles en la Ética Nicomáqua, s. IV a. C.)